¡El Cuento de los Viernes!
¡Hola de nuevo!
Hoy les traigo un cuento totalmente original, de mi autoría. Es el primero de muchos, ya que publicaré uno nuevo cada Viernes.
¡Espero te gusten y quieras seguirme el paso!
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CONFUCIÓN
-¡¿Hola?! … ¿Dónde estoy? ...- trato, confundida, de
repasar en mi mente los últimos recuerdos.
Respiro profundo. El aroma del entorno no me es
familiar.
-¡Hola! ¿Hay alguien ahí?-.
La oscuridad es muy intensa, no logro distinguir
nada en absoluto. Su velo cubre todo a mi alrededor.
Me detengo un momento. Me tranquilizo y reflexiono:
¿Qué puede estar pasando? ¡No!… ¿Podría estar tan lejos? ¿Lejos de qué? No
logro concentrarme.
¡Mi mente es un revoltijo!
Respiro hondo. Repaso nuevamente los últimos
momentos coherentes, dentro del caos de mis vagos recuerdos.
Eran las diez de la noche aproximadamente; me
preparé sopa para uno, como de costumbre; acaricié a mi gato y coloqué una
alfombra para que se amodorrase más abrigado. Terminé mi sopa, guardé los
trastos… Me acosté, sí, recuerdo eso. Pero no me dormí inmediatamente. Dí
vueltas, y vueltas, y más vueltas; inquieta con aquellas ideas que sólo aparecen
cuando una se dispone a dormitar. Preguntas sin respuestas evitaban mi
descanso; “¿Porqué, a ésta altura de mi vida, todavía sin ningún plan?”; “ninguna
meta, ningún sueño (cumplido o incumplido), ocupan mí tiempo”. Pura confusión,
igual que ahora…; que siempre.
Nuevamente la misma interrogante. La de ayer, la de hoy;
la única en evocación constante “¿Qué sentido tiene nacer, vivir y recorrer
éste camino si ni siquiera sé para qué estoy, para qué existo?”
Supongo que me habré dormido tarde. Las dudas nunca
abandonan mi mente.
Recuerdo… recuerdo… ¡el reloj! El reloj digital, a
un lado de mi cama, sobre la mesita de noche. Marcaba las doce… ¡No!, las once
con cincuenta y nueve minutos.
¡Un minuto antes de la medianoche!
Y, por más que lo intente, ya no hay nada, mi
memoria está vacía.
Trato entonces de tantear en busca de la mesita de
noche. No logro dar con ella.
Hago un esfuerzo con mis ojos en busca del brillo
del reloj.
Es inútil.
Mi respiración se agita, mi corazón palpita cada vez
más rápido; comienzo a preocuparme como nunca.
Jamás había tenido tanto miedo en mi vida. Ni
siquiera aquella noche trágica, cuando el micro donde viajaba chocó, un verano,
en la Ruta N°2, rumbo a la playa. Había quedado más de seis horas atrapada
entre asientos destrozados, hierros retorcidos y un mar de entes sin vida; los
cuerpos de los demás pasajeros. Ahora, las seis horas más aterradoras de mi
vida, parecen un verano en la Toscana comparadas con éste instante en el
tiempo; tiempo que no conozco, que no recuerdo y que no sé dónde, ni cómo
estoy.
Aquella vez sabía lo que sucedía: Estaba tranquila;
eran las tres de la mañana y me encontraba mirando por la ventana del bus de doble
alto. Me había sentado en la tercer fila de asientos del piso inferior; la
distancia ideal entre el baño y la
cafetera; cuando, de repente, se escuchó una explosión. Los chóferes gritaron y
el micro giró sin control hacia la izquierda, cruzando carriles y badenes,
hasta toparse de lleno con la cabina de un camión que viajaba hacia Buenos
Aires, repleto de caños sin costura.
Fue como una película en cámara lenta: la explosión,
el sacudón de mi cuerpo hacia la derecha, los gritos, el latigazo de mi cabeza
hacia delante, el coletazo y todo mi cuerpo desplazándose a la izquierda. Los
caños enormes rodando sin control, cual palillos chinos, aplastando todo a su
paso. Mi compañero de asiento debajo de mí, con su cinturón de seguridad
ajustado a la mitad cercenada de su cuerpo… Creí que ése iba a ser mi final,
con tan sólo 26 años, con una hermosa carrera de ingeniería en petróleo a meses
de terminar, un futuro brillante, años de esfuerzo estudiando y para qué. Sólo
para morir dentro de un micro aplastada por un montón de caños de gasoducto:
qué ironía.
Pero luego de seis horas logré ver el sol
nuevamente. Los bomberos no lo podían creer.
Los diarios del día siguiente se regocijarían en sus
ventas con el titular que habían obtenido: “¡Única sobreviviente en brutal
choque! ¡Tragedia en la Ruta 2!: 40 personas pierden la vida tras un
desperfecto en un neumático, sólo una joven sobrevive de milagro….”
¡Pero yo estoy en mi casa, en mi cama, con mi gato a
un lado de la cama y la mesita de noche, con el reloj digital, del lado
contrario!
Me llevo las manos al rostro. Respiro profundo una
vez más. Trato de serenarme.
-Mish, mish. ¡Vení Michy! ¿Dónde estás? –
Pasan unos segundos - ¡Ahh! ¡Que susto me diste
Michy! ¿Dónde andabas? –
-Miau- me responde, cómo si mi fiel gato entendiera
mis palabras y creyera que su respuesta satisficiera mis requerimientos.
El alma me vino al cuerpo. Sí, estoy en mi casa, en
mi cuarto, en mi cama… o eso pienso por un instante…
Me duermo. En algún momento mis ojos se cerraron
para pestañar y el sueño me venció.
Despierto nuevamente en la misma situación, con la
misma sensación de angustia, como si un puño apretujara mi corazón para
exprimirlo.
Pero la oscuridad ya no está, me abandonó.
Una luz cegadora invade ahora el recinto. ¡La Luz!,
¡Me lastima, me ciega!
-¡No la soporto, alguien apague la luz!-
Recuerdo que vivo sola y el gato no es capaz de
accionar el interruptor de la iluminación. Sólo entonces, evalúo nuevamente mis
opciones.
Trato de incorporarme. Imposible. No puedo moverme;
algo me detiene.
¡Estoy atada a la cama! ¡¿Qué es lo que pasa?!
Otra vez la desesperación, otra vez la
incertidumbre.
¿Otro mal sueño?
Mis ojos se acostumbran de a poco a la claridad
circundante.
Comienzo a ver. Primero sombras vagas y amorfas.
Luego, despacio, van adquiriendo sustancia.
¿Estoy en un hospital? No puedo mover más que mis
ojos.
Fuerzo la vista hacia la izquierda: un monitor
controlando los signos vitales de alguien. Un nombre escrito en él.
Entrecierro los ojos para poder enfocar mejor: Emma…
¡ese es mi nombre!
Cierro mis ojos con desesperación; inhalo hondo, y
decido tratar de ver hacia mi derecha. Mi gato está maullando en una jaulita
sobre una silla. Parece ser uno de esos bolsos para transportar mascotas.
Me resigno. Otra vez en un hospital. Luego de casi
diez años del accidente del micro, termino nuevamente hospitalizada.
Pero… ¿Cómo llegué aquí ésta vez? Un misterio. No
logro hilar mis recuerdos adecuadamente.
Escucho voces y trato de hablarles.
-¡Hola! ¡Por favor, desátenme! ¿Podría llamar a mis
padres? ¿Alguien que me diga qué pasa? ¡¿Por qué nadie me escucha?!...
¡AUXILIO!-
De pronto, el televisor se enciende. A mis oídos
llega el sonido de una voz familiar. Es el conductor del noticiero matutino que
suelo mirar.
"-¡Milagro! ¡Última Noticia! ¡Sigue mejorando la
salud de la única sobreviviente del trágico episodio, ocurrido en el centro de
la capital, hace ya un mes! ¡Más de 500 personas perdieron sus vidas a causa de
la explosión de una caldera de
calefacción! Aunque aún no ha despertado del coma y su pronóstico sigue siendo
reservado, los médicos tienen mucha fe en que se recupere completamente en poco
tiempo. ¡Seguiremos rezando por Emma!-"
GRITO con todas mis fuerzas; sin embargo, nadie me
escucha.
Sigo perdida, y no hay quien pueda encontrarme
ésta vez.
L.K. Rodriguez