¡El Cuento de los Viernes!
¡Aquí con un nuevo cuento!
Breve pero para reflexionar.
¡No dejen de comentar qué les parece!
Breve pero para reflexionar.
¡No dejen de comentar qué les parece!
Bicicleta
En la niñez no piensas en las adversidades de la vida, no
reparas en las consecuencias de tus actos; solo actúas.
Es ese momento de tu existencia en el que, cuando ves una
bicicleta, no se te cruza por la cabeza el daño que te puede causar al caer de
ella, sólo te enfocas en la diversión que obtendrás al montarla. Y,
automáticamente, al domar su andar sin
recordar las veces que te caíste y sollozaste, te imaginas la felicidad que
alcanzaras cuando logres realizar piruetas sobrehumanas sobre ella.
Nuestra imaginación nos motiva en toda la niñez, entre la
voz susurrante y constante de los adultos marcándonos qué es lo que está bien o
mal; parámetros para una sociedad predecible y monótona a la cual no
pertenecemos. No nos sentimos parte de ella. Y nos persuadimos en que jamás
creceremos, en que de ningún modo formaremos parte de la sociedad madura, y que
nunca dejaremos de ser niños.
Y en ese momento en el que estamos convencidos que
triunfamos, derrotando a los designios del tiempo y los mayores; es ahí donde
caemos en cuenta que ya somos adolescentes. Y; cual prenda de algodón en agua
hirviendo; la felicidad de la temprana edad, esa frontera infinita de nuestra
mente, se encoje. Se ve estrujada ante la decisión de nuestras vidas; crecer
para ser adultos socialmente aceptados y útiles, o permanecer irreverentemente
niños por el resto de nuestra existencia. Claro que no es una interrogante
consciente, no es algo que se decida por voluntad propia; la sociedad, por
intermedio de nuestros progenitores, nos encierra en un camino sin retorno ni
salida.
Es ahí cuando luchamos contra todo: nuestros padres,
nuestros profesores, nuestros mentores, nuestros amigos (alcancen antes o no su
adultez); contra la vida misma. Para qué existimos; para qué estudiamos; para
qué aprender a comportarse; porqué esperar algo de nuestro entorno; porque no
podemos realizar simplemente lo que nos hace felices, sin que alguien esté
acusando con un dedo inquisidor y una frase de “no estás pensando en tu
futuro”.
Y piensas; ¿Qué futuro?, no quieres un futuro monótono en tu
vida, no quieres enclavarte en un engranaje de la sociedad para cumplir un
simple rol; quieres hacer lo que quieras, cuando quieras y cómo quieras.
Quieres poder cambiar en el tiempo lo que quieres y lo que haces, cómo cambiar de
medias. ¡Si es tan simple!, ¿Por qué complicar las cosas?
Porqué cuando somos
niños es muy fácil ser astronauta, bombero, físico nuclear, artista o un gran
pianista; solo basta imaginarlo. Sin embargo cuando adoleces, eres adolescente,
tienes que estudiar y obtener un título para lograr ser algo o alguien.
Convertirte en algo que no quieres.
Y nuevamente piensas;
¿Para qué?.... Y así transcurre tu insipiente adultez, entre porqués, qués,
cuándos y dóndes; sin comprender el objeto de tu viaje, el camino elegido, sin terminar
de digerir para qué caminas, para conseguir qué. ¿Felicidad? Y te preguntas. ¿Qué
es la felicidad? Nunca te lo preguntaste. Porqué preguntártelo ahora, al filo
de tu segunda década de vida. Y sin pensarlo siquiera te adentras en esa
adultez joven, te alineas a parámetros preestablecidos y comienzas a hacer lo
que se supone que debías hacer: estudiar y tener una carrera. Eso sí, una que
sea productiva, que dé dinero, para un futuro brillante que te convencieron
tendrás.
Así transcurre tu
segunda década en ésta tierra, sin pena y sin gloria, con algunas alegrías
efímeras que se escurren entre tus manos; descubriendo que cada día que pasa
recordarás menos la felicidad etérea y pura de tu infancia.
Aquí es cuando la sociedad toma el control de tu vida. Te
unes a la caravana interminable de personas que desfilarán, una tras otra, realizando
operaciones que de niño considerabas monótonas y absurdas. El niño que eras diría
que pareces una oveja, en un enorme arreo de ovinos, dónde un invisible pastor
decide a qué lugar llevará a su montón de ovejas, cuándo las esquilará o cuando
matará una para un rico asado.
Sin razonarlo te encuentras pastando, como un ovino, en el
prado de la sociedad; y rumiando lo que te dicen que tienes que hacer, sin terminar
de digerirlo; pero lo haces igual.
Eso te lleva a encontrar pareja, como el más básico de los
instintos de preservación de las especies. Buscas pareja, te apareas y de
pronto tienes progenie.
Y te transformas en lo que juraste nunca convertirte: un
artilugio de la humanidad, inventado con el sólo fin de adoctrinar a la nueva
progenie; hacerla igual a vos, a todos.
¿Cuándo te olvidaste de los paseos en cohete?
¿Cómo se pasaron 3 décadas de tu vida sin que te acuerdes nada
de ellas?
¿Quién te tiró del tren a las nubes a la mitad de camino?
¡Y descubres, horrorizado, que fuiste vos! Vos te boicoteaste solo. Nadie te obligó a
cambiar. Pudiste luchar, pero en algún momento decidiste bajar los brazos.
Y es que hasta ahora la vida te regaló vida. Viste nacer a
tus hermanos y hermanas, crecer a tus
amigos y amigas, presenciaste el nacimiento de tus hijos; y, a casi medio siglo
de vida, quizás veas nacer a tus nietos.
Pero ahora es diferente; la vida, te empieza a quitar.
Primero: tus padres. Ya ancianos parten hacia no sé dónde. Pero
no se detiene, la vida sigue, ni se enteró que ya no están. Los lloras y
extrañas, tus hijos quizás los lloren; pero la vida no. Total, ella ya tiene un
reemplazo, no necesita de tus padres; ahora tiene a tus hijos y a tus nietos.
Luego sigue quitándote, no para. Te quita a tus vecinos,
ésos que se quejaban de ti cuando pasabas corriendo y gritando a la hora de la
siesta por la puerta de su casa. Te quita a tus suegros, qué tantos dolores de
cabeza te dieron, pero que soportabas por tu pareja. Hasta que llega el momento
de que te quite algo más importante: tu compañero o compañera de la vida, esa
persona que elegiste para procrear.
Es acá donde te das cuenta que la vida te pasó por encima.
¡QUE
HIZO LO QUE QUISO CONTIGO!
¡Maldita, maldita vida! ¡Cómo puede ser tan maleducada,
irrespetuosa! Justo a ti que tanto le entregaste, hiciste lo que se suponía que
hicieras, fuiste el mejor abogado, doctora o empresario del planeta. Obtuviste
reconocimiento mundial, dinero, para qué; ¿para que te trate igual que a un
arriero?
Y te das cuenta que la vida no puede evitarlo, en un instante pierde el timón de tu barco. Y la
muerte toma el control de la situación.
“Al final los únicos que hacen lo que quieren son la vida y
la muerte”
Pero piensas por un momento. La vida hace una y otra vez lo
mismo con cada alma que se cruza en su camino; para luego darle paso a la
muerte, quien pergeña un nuevo camino, igual de monótono, hacia un lugar
inhóspito, difuso e irreal.
Y te das cuenta que todo es como la rueda de una bicicleta,
en un girar constante y repetitivo de los mismo rayos gastados; ese vaivén del
manubrio cuando estás dubitativo, el girar en reversa de los pedales para poder
comenzar a frenar. Una vez que te detienes, reposas uno de los dos pies para
descansar y te preparas a tomar una decisión crucial: deslizarás tú otro pié al
suelo para terminar el paseo o montarás nuevamente, dejándote balancear
eternamente en la dorada bicicleta de la vida.
Al final, todo este tiempo se resume a una sola decisión:
montar o no montar la bicicleta.
L.K. Rodriguez