¡El Cuento de los Viernes!
Aquí les traigo otra entrega de los cuentos semanales. Agrego una novedad: a partir de la semana que viene será el "Lunes de Cuentos" ; "Miércoles de Reseñas" y "Viernes de Yapas".
Espero disfruten éste cuento y recuerden comentar.
Fin
L.K.Rodriguez
Espero disfruten éste cuento y recuerden comentar.
Desencuentros
El viento mecía suavemente los dorados
cabellos de Hanna, aquella tarde soleada de 1985. Estaba agotada y triste. Ese
día en la rambla todo alrededor acompañaba su pesar. El viento susurrante, la
brisa helada, las olas quejosas azotando la orilla con desgano. Su mundo estaba
de cabeza, en tanto no lograba ver la salida.
No eran demasiado antiguos sus problemas,
aunque si catastróficos.
-¿Por qué yo, señor? ¿Por qué a mí?- Se preguntaba, mientras sus lágrimas
saladas alimentaban al océano bajo sus pies.
Estaba sentada en el suelo de la escollera
de la rambla, sus pies colgaban despreocupados hacia el mar y algunas gotas
alcanzaban sus maltrechas zapatillas. Abrazaba la barandilla, que oficiaba de
almohada. Su hermoso rostro yacía compungido frente al lejano horizonte del
océano Pacífico.
Pacifico, pensó; nada más lejos de su
realidad.
-¿Por qué a mí, señor? ¿POR QUÉ?- Lloro desconsolada.
Un turista se acercó, con intención de
consolarla. Se agazapó de cuclillas a su lado y tomó dulcemente su rostro
empapado. Se dio a la tierna tarea de despojar su beldad de lágrimas, y le
susurró.-No existe hombre que merezca tus lágrimas, hermosa criatura-
Hanna fijo su mirada en él y explotó en llanto, abrazándolo fuerte- pensé
que jamás me encontrarías, supuse que habías perdido el camino. Creí que me
habías abandonado-
El muchacho no comprendía las palabras de
aquella perturbada criatura, sin embargo la consoló. Sentía una necesidad
imperiosa de acurrucarla entre sus brazos, de terminar con su pesar, de protegerla;
a pesar de que no comprendiera el porque.
Así ambos se perdieron en un cálido y tibio
abrazo, y el muchacho experimentó una sensación de profundo amor.
¿Amor a primera vista? ¿Cómo podía ser? No
conocía a aquella delicada belleza y al mismo tiempo estaba seguro de que había
esperado por ella una eternidad.
Hanna secó sus lágrimas nuevamente y lo
observó. La tristeza volvió a sus ojos por un instante, para luego esbozar una
tímida sonrisa, al tiempo que comenzaba su exposición -Me dijeron que habías olvidado,
que yo olvidaría también. Pero quise venir a buscarte igual. De algún modo te
encontraría, te haría recordar… casi pierdo las esperanzas. Estaba a punto de
abandonar esta tierra. Y, por fin, tú eres el que me encuentra. Ya podemos
regresar. Todo estará bien-
El muchacho no comprendió ni una palabra, pero
no le importó. Por alguna razón se sentía pleno, feliz.
-Ya debemos irnos, Lio; no podremos
regresar, pero estaremos bien. Estaremos juntos, es lo que importa- agregó.
En el rostro del muchacho se dibujó una
mueca de desconcierto, en tanto reproducía palabras que asustarían mucho a Hanna
– ¿Irnos adonde? Y ¿cómo conoces mi nombre? Reconozco que te siento mía, a pesar
de que no se por que-
Hanna suspiró ahogando un lastimoso sollozo
– Amor, es tiempo de cruzar. No podemos quedarnos más. Si nos demoramos llegará el tiempo en que desapareceremos para siempre- y al ver el pánico de su compañero, agregó- no
nos queda nada en este mundo, debemos pasar al siguiente-
Lio retrocedo horrorizado. ¿Qué le estaba
proponiendo, suicidarse? ¿Ambos? En tanto
las sensaciones de amor y temor se arremolinaban dentro de él, Hanna leyó sus
pensamientos, reflejados en todo su ser.
-Querido, ya estamos muertos, imposible
morir nuevamente.-
¿Pero que estaba pasando? ¿Esta joven estaba demente?
Es que hace diez minutos había charlado con sus amigos en la cervecería cercana
a la rambla; si se telefoneó a la mañana con su hermana.
- ¡Estas delirando!- le respondió- ¿No ves que vengo de ver a los muchachos? – le espetó justo cuando sus amigos se
acercaban a ellos. -Mira, Hanna, es Jhon y los chicos-
Hanna trató de detenerlo, pero el se
abalanzó hacia el grupo gritando amenos saludos.
Y allí todo se desmoronó. Los muchachos
pasaron a través de él sin siquiera mirarlos. Si, a través. No lo rodearon, no
lo empujaron. Lo atravesaron tal y como si él no existiera.
Aterrado se acercó a Hanna y se sentó a su
lado. Ahora él estaba llorando. Ella lo consoló, al abrigo de sus brazos. Qué
feliz estaba Hanna, podría cruzar con su amor al otro lado y pasarían la
eternidad juntos.
Luego de unos minutos ella lo invitó a
ponerse de pie. Erguidos frente a la barandilla del muelle de la rambla, la luz
los llamaba.
-Vamos, amor, no demoremos más. Es nuestra
última oportunidad-
Lio se apartó aterrado, negando con la
cabeza -No, no puedo. No es posible. Te amo, se que te amo; pero no puedo
aceptar esto- y con aquellas palabras se desvaneció.
Hanna gritó con todas sus fuerzas, cayendo
de rodillas al suelo e implorando a los cielos su ayuda.
Nadie la escuchó; o tal vez sí, pero nadie
la auxilió. La luz desapareció, perdiendo
así su última oportunidad de cruzar.
Aún cuentan los turistas la historia, la de
la bella muchacha de hermosos cabellos llorando a orillas del mar, en la
esquina del muelle, contra el barandal, al atardecer. Y con el último rayo de
sol, sus gritos desgarran el alma.
Luego, la nada.
L.K.Rodriguez