¡Lunes de Cuento!
¡Hola a todos y todas!
Bienvenidos al nuevo día de cuentos; espero les guste.
Bienvenidos al nuevo día de cuentos; espero les guste.
Sin Escape
Ella se encontraba totalmente perdida, en medio de la solitaria
carretera, justo antes del nacimiento del alba. Sus ropas desgarradas y
ensangrentadas evidenciaban un terrorífico pasado inmediato; sin embargo su
mente estaba en blanco.
Tenía frío, sólo eso lograba
pensar. Frío; en sus descalzos pies, en sus sucias piernas, en sus adoloridos
muslos, en sus desnudos brazos, en su húmedo rostro; frío por doquier. Observó
detenidamente sus ropas y, buscando algún abrigo, se descubrió, aterrada, en
camisón y sin ropa interior. Consciente que debía revisarse minuciosamente, lo
hizo; a pesar de romper en llanto. Luego de un buen rato no encontró herida
alguna; aunque le faltaba examinar sus partes íntimas, imaginando el peor de
los escenarios. Con delicadeza se palpó lentamente, sólo para comprender que
estaba a salvo. Nada le había sucedido. No poseía heridas, ni cortes, ni
golpes, ni signos de abuso alguno. Sin embargo estaba cubierta de sangre;
sangre que no era de ella.
La invadió una mezcla de alivio
y desesperación. Feliz de encontrarse sana y salva, pero con un dejo amargo al
desconocer los sucesos que la llevaron a su condición actual.
Entró en shock al momento que un patrullero la
encontraba agazapada al costado del camino. El sol ya iluminaba el desértico
paraje y ella seguía sin recordar ni siquiera su nombre.
El oficial la cubrió con una
manta y la cargó en el asiento trasero. Ella se mecía sobre la butaca; sus
modos eran oscos, casi desquiciados. Por el rabillo del ojo logró ver al
oficial hablando por su handy. No debía haberle preocupado dicha
acción, pero lo hizo. Su respiración se aceleró, su ritmo cardíaco estalló y la
nubló la desesperación. Quiso bajarse de inmediato y comenzar a correr; no pudo.
Las puertas permanecían cerradas. Comenzó a gritar. No sirvió de nada, se
encontraba encerrada en la parte de atrás de la patrulla; sin salida, sin
escape. Igual que un delincuente, prisionera de los designios del oficial y la
justicia.
Se tranquilizó meditando un
poco. Razonó una situación muy lógica; el oficial la puso allí para mantenerla
a salvo, cumpliendo con su deber. No tendría de qué temer; ¿o sí?
El oficial continuaba hablando por handy cuando el sueño la venció.
Aquellos minutos pasaron más extraños que los anteriores. La
invadió una serie de pesadillas terroríficas, muy difíciles de explicar; aunque
recordó la más vívida de ellas. En aquella pesadilla ella se encontraba recostada
en un altar de piedra; con su camisón inmaculado; sus cabellos prolijamente peinados,
una tiara de espinas; y una daga dorada en sus delicadas manos. La rodeaba un
mar de cabezas sin rostro; personas con túnicas negras de la cabeza a los pies
y una máscara blanca sin facciones. Se arrodillaban alternadamente, imponiendo
las manos sobre su trémulo cuerpo, en tanto entonaban un cántico que sonaba a
ritual mágico, y salpicaban con sangre por doquier. De pronto todo su ser se
elevaba, levitando sobre el altar. En ése preciso momento un portal se abría y
una sombra oscura se cernía encima de su virginal figura. Ella sentía cómo
aquella sombra la deseaba, recorría su cuerpo rozándolo, excitándolo; hasta que
lo sintió entre sus piernas. Se desesperó y luchó con todas sus fuerzas. No
quería que esa sombra la poseyera, no quería perder su virtud con esa cosa que ni
siquiera conocía. Comenzó a zamarrear la daga, recordándola entre sus manos. Fue
testigo de los cortes que le propinó a la sombra; hasta que ella misma dejó de
levitar y la gravedad la atrajo inevitablemente hacia el suelo. Sin perder el
tiempo se incorporó, y comenzó a correr por una carretera oscura y desolada.
Despertó bruscamente sólo para horrorizarse, comprendiendo que la
pesadilla podía ser el recuerdo perdido. Y, aterrorizada, vislumbró el claro
del bosque, el altar y la gente sin rostro alrededor de la patrulla. El
oficial, de espaldas, estaba colocándose la túnica. Cuando volteó, su rostro ya
no poseía facciones. Estaba blanco, liso, impoluto.
Varias personas le arrancaron el camisón ensangrentado, la lavaron
y la prepararon nuevamente; en tanto ella luchaba sin resultados. Cuando
hubieron acabado uno de ellos se acercó portando la daga dorada en su mano y
murmuró – Confiamos en ti; veo que nos equivocamos. Ahora lo haremos
nuevamente, pero la daga la custodiaré yo. Serás la consorte de Araziel, el
demonio de los pecados carnales. Él te tomará entera, saciará sus oscuros
deseos contigo y; una vez que se canse de ti; le entregaremos tu alma. Sólo
clavándote la daga en medio del corazón serás eternamente propiedad del demonio,
y Araziel podrá volver a nacer. Yo te guiaré con la daga, ya no cometeré el mismo
error-
Sus gritos se apagaron mientras la droga que le inyectaron surtía
su efecto. No la durmieron por completo; sólo lo suficiente para que no luchara,
para que no gritara. Anestesiaron su voluntad, mientras el demonio arrancaba su
virtud, desgarraba su virginidad y llenaba su alma de una oscuridad intolerable.
Sintió el largo trayecto de la daga atravesando su corazón, al
tiempo que paría un demoníaco niño y su alma se hundía en las tinieblas.
Millones de oscuros brazos la arrastraron hacia los infiernos,
dónde su sufrir se repetiría por toda la eternidad.
FIN
L.K. Rodriguez