¡Lunes de Cuento!

Bienvenidos a mi publicación de hoy. Ansío que los entretenga hasta el próximo cuento.






El Ascenso



Las hordas de salvajes rodeaban el valle, tiñendo de ecos grotescos todo el sombrío paisaje. Nos encontrábamos sitiados; en tanto las provisiones escaseaban cada vez más. No había escapatoria ni opciones; perder la vida luchando o desfallecer de inanición, todo se reducía a dos simples elecciones que, en el fondo, resultaban en el mismo inevitable desenlace.
La mayoría de los pobladores eran simples campesinos, no había lugar para el arte de la guerra en sus rudimentarias vidas. Su rutina se resumía a labrar la tierra, criar animales, desposar a alguien, procrear y descansar. No conocían otra forma de subsistir; no hasta que las hordas de la oscuridad ascendieron. Aquel tétrico día lo cambió todo.

Por supuesto que los pobladores supusieron un castigo divino, ¿qué, sino?; sis pequeñas mentes no eran capaces de albergar deducción lógica alguna. Con aquello estúpido cerebro procuraron apaciguar a los dioses con sacrificios. Los animales sufrieron lo peor, hasta que escasearon. Ante la falta de resultados le siguieron las doncellas, jóvenes y puras; los niños fueron los últimos en desaparecer en el océano de sangre de las dádivas. No comprendieron que los dioses nada podían hacer, su pequeñez no los dejó atender a las señales. Los dioses miraron para otro lado, como de costumbre, asqueados por la actitud de los aldeanos. No merecíamos su atención ni su auxilio. Yo mismo estaba totalmente hastiado, a pesar de haber atestiguado horrores en las guerras del norte. Jamás como guerrero hubiera masacrado inocentes, ni siquiera en nombre de los dioses; por lo que terminé en un miserable pueblo labrando la tierra. Sinceramente no habría sido capaz de imaginar tal desenlace. O quizás el destino me jugaba un mal chiste. Sin embargo allí me encontraba, en medio de una batalla que no quería, desoído por todos y sin armas.

Decidido a sobrevivir recurrí a mi ingenio; improvisé lanzas con unos facones; una espada con la punta de la guadaña; y,  fundiendo al calor del hogar unos cuantos tenedores, recubrí las puntas de las flechas de caza, agudizándolas lo más posible. Unos trozos de gruesos maderos completaron mi peta, junto con los guantes que usaba para el arado.

Tenía todo listo y, aunque insté a los lugareños a imitarme, ni un alma me acompañó. Encaré directo al vallado del ingreso al pueblo y los obligué a darme paso, al abrigo del abrasador sol del mediodía. -Las bestias odian el sol-, me repetí. Las escuché, desde las sombras refunfuñaban oscas, furiosas de no poder darme caza. Sólo un puñado de oscuras criaturas se le animó al sol, embistiendo hacia mí hambrientas de sangre. Su incapacidad para desplazarse en el día fue mi ventaja y la perdición de aquellas toscas criaturas. Su hedor era nauseabundo, situación que no mejoraba en su deceso. Observé con renovada esperanza mi obra, tratando de aprender de mis oponentes. Era la primera vez que las veía de cerca; unas garras largas y filosas coronaban sus patas delanteras; una capa de gruesas escamas cubría todo su cuerpo. Sus dientes prominentes habrían desgarrado con facilidad cada uno de mis miembros. Hasta sus colas eran letales, terminando en una especie de tira de colmillos afilados que podrías confundir tranquilamente con otra boca. “¿Quién sería el creador de tan horrendas y letales criaturas?” En tanto mi mente divagaba, me di a la faena de extraer elementos de los bestiales cuerpos sin vida, con la visión de utilizarlos en mi defensa. Y así me hice de escamas, dientes, garras y un par de colas; y me encaminé hacia las distantes montañas. Tendría tres días, con sus noches, de larga caminata; y eso me preocupó sobremanera.

Al borde del ocaso ya casi no escuchaba el sonido bestial de las hordas hambrientas, por lo que decidí detenerme. Cavé un pozo que pudiera albergarme, al abrigo de un gran roble, y me metí en él procurando cubrir la entrada con las escamas de los animales. Creo que me dormí, porque lo siguiente que recuerdo es el ruido de un animal rasgando la tierra alrededor de las escamas. Me sobresalté. Mis esfuerzos por encontrar mis rudimentarias armas fueron inútiles. Una luz cegadora tomó por asalto a mis ojos y un golpe certero en la cien me puso fuera de combate.

-¡Doctora Larson, lo encontramos! Estaba enterrado en el parque. Desolló a varios perros y les arrancó las garras y los dientes con un tenedor. ¿Qué quiere que hagamos con él?-
-¡Llévenlo a la sala de operaciones! Quería evitar practicarle una lobotomía, pero no queda de otra, ya no podemos permitir éste comportamiento.-

En cuanto desperté lo comprendí todo; la hechicera de la montaña me había elegido para dirigir sus hordas y nada podía hacer para evitarlo. Mientras inyectaba su oscuro veneno en mi cerebro sentí cómo mi ser mutaba, me transformaba en una oscura bestia. “La ascensión está completa” escuché y mi mundo se apagó para siempre.

-¡Ya está hecho, súbanlo a su habitación!-

FIN
L.K.Rodriguez

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