Lunes de cuentos




Anhelos blancos

La nieve, amante silenciosa del crudo invierno, se negaba a abandonar el lúgubre paraje. Pese a adentrarnos al estival Enero, en el sur del nuevo mundo, las orquídeas y azucenas no poblaban los blancos prados. Ellos yacían desérticos, desesperanzados ante el albo azote del gélido estivo, peculiar perversión del acostumbrado calor veraniego.
Ningún alma en Páramo Perdido imaginaba la razón de tal curiosa situación. El invierno se negaba a partir y, consecuentemente, su fiel amante cubría todo el valle, helando todo a su paso.
O quizás quien se negaba a emprender su viaje fuera ella, la cellisca ninfa; inmaculada belleza álgida que aún recorre extraviada el lugar.
Jayson lo descubrió una tarde, aunque nadie le creyó. Hoy están convencidos de su error; casi todos creen que el muchacho tenía razón. Aunque tarde comprendieran su equivocación.
Aquella tarde Jayson deambulaba por las afueras del pueblo, cerca del bosquecillo, cuando la vió. Era hermosa, una nívea belleza errante, al filo del marchito invierno, sollozando por lo que creyó un amor no correspondido. Él se acercó con la urgencia de consolarla, habiéndose prendido de aquella etérea criatura. Ella sonrió, sonrojada, ante las muestras de afecto que el mortal le propinaba.
Los días se sucedieron y conforme la primavera avanzaba ni una flor germinaba.
Una mañana él se preguntó consternado -¿Por qué seguirá nevando?- y, para su sorpresa, ella le respondió – para que yo pueda estar a tu lado, amor, el invierno debe seguirme celando. Si él de nuestro lado se alejara, me desvanecería transformándome en un charco de agua.-
Ahí comprendió de su amor, la blanca e inmaculada belleza suya. Entendió porqué nevaba constantemente a su alrededor y el motivo por el cual no lograba entibiar su lechosa piel. Su amor, su amada; ella era la nieve misma que, hecha escarcha, deseó tanto dejar de perseguir al invierno que se quedó atorada. Estancada en ancestral floresta, obligó al mismísimo invierno a buscarla y que, desesperado, sintiéose despojado de su blanco manto.
En tanto aquellas palabras pronunciaba, de sus ojos desprendía cristalinas lágrimas que, al llegar al suelo, estallaban en heladas astillas blancas.
El muchacho la consoló un rato y descansando la dejó.  Partió a solicitar consejo a los ancianos del pueblo. Sin embargo, nadie le creyó. Por loco fue tomado y al calabozo enviado.
La ninfa de nieve y escarcha sola despertó, y a su amor no encontró.
El muchacho fallecido está, de neumonía murió en aquel frío lugar. Encerrado y agonizando suplicaba por su amada, pero nadie lo escuchaba.
Y la nieve sola se quedó, su corazón de escarcha endureció y quebró. Y aún vaga perdida entre el pueblo y el bosque, sin rumbo fijo; lamentándose, retorciéndose de dolor pues ya no verá a su mortal amor. Desea escapar del invierno, pero no puede; su antiguo amante jamás dejará de buscarle.
Y así, Páramo Perdido quedó sumido en el eterno frío.

Fin
L.K.Rodriguez

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