Un cuento siniestro, para +18

 


Aunque el título aún me da vueltas y no me convence demasiado, aquí va un nuevo cuento!
Espero les guste


Muerte Ardiente

Descalza.
Sí, cuando abrí los ojos estaba descalza sobre la suave nieve, en medio de un paraje inhóspito, rodeada de pinos nevados, con sólo un camisolín bordado cubriendo mi adormecido cuerpo.

Estaba desconcertada; helada, tiritando de frío, toda mojada y sin recordar absolutamente nada.

Mi mente; en blanco.
Sentía una imposibilidad concreta a reaccionar en algún sentido, como si una camisa de fuerza invisible me mantuviera inmóvil en el níveo rincón de aquel claro en el bosque.

Mi suerte estaba echada; moriría de una profunda hipotermia, y no faltaba mucho para ello.

Cerré nuevamente mis ojos, y traté de mantenerlos así, con fuerza; evitando que volvieran a abrirse. No deseaba morir con los ojos abiertos para que los cuervos me los picotearan. Por lo menos quería poder ver mi camino al otro lado del velo de la muerte.

Sentí cómo mis latidos pausaban su compás, siguiendo un ritmo cada vez más melancólico, triste y simple. Las bajas temperaturas azotaban todo mi ser, látigos constantes de un enorme carcelero encargado de propinarme su tortura silenciosamente.

Un letargo generalizado se apoderó de mí. Me creí sin vida. Estaba segura que mi deceso había ocurrido entre el último escalofrío y el actual sosiego; me lo susurró la ventisca invernal que hacía ondear el volado de mi combinación y congelaba mis rizos escarlatas.

El dolor disminuyó abruptamente y, por un instante, dejé de percibir toda sensación sobre mi cuerpo. No me encontraba en él, lo había abandonado.

Segura de ello traté de abrir mis ojos. Una luz me cegó por completo, lastimando mis retinas. Mis manos cubrieron inmediatamente mi rostro y los comprendí: tenía manos aún.
Escudriñé con ellas mi cabeza, mi cabello, mis orejas, mi nuca, bajé por los hombros, mis pechos, la cintura. Palpé mis glúteos, mi sexo húmedo y sediento de contacto…estaba completamente desnuda, pero se sentía muy bien. Esto no era el cielo. Mi mente puritana sólo podía razonar una idea; estaba en el infierno.

Me forzé a abrir los ojos, tenía que ver dónde estaba y quién estaba tocándome también.
Sentí primero un par de manos, luego dos más. Algo suave y tibio subía por mi entrepierna y empujaba lentamente dentro de mí. Se sentía rico, sensual, puro deseo. Mi cuerpo necesitaba moverse, contonearse al compás de las extrañas y seductoras caricias que sentía.
No podía ver nada, la luz lastimaba mis ojos y no lograba reconocer objeto alguno.
Sombras me rodeaban, recorrían mi cuerpo, me abrazaban, acariciaban, abrían mis piernas y se mecían dentro y fuera de mí.
Me encontraba en un profundo éxtasis, deseando y jadeando por más.
No me importaba dónde estaba, qué había sido de mí; sólo quería alcanzar el clímax gozoso de un orgasmo monumental.
Me sentí tendida sobre el suelo, mis piernas abiertas y mi sexo suplicando que algo lo penetrara. Mis caderas se contoneaban en círculos constantes invitando a quién sea a adentrarse en mi vagina húmeda. Quería sexo, salvaje, animal, y que no terminara jamás. Deseaba pasar la eternidad en un gran orgasmo. Si éste era el cielo o el infierno ya no me importaba, no quería que acabase jamás.

Un  sonido ensordecedor me extrajo de mi éxtasis.
Me costó distinguir la vos, pero fue aclarándose de a poco.

-Se encuentra bien. Déjeme ver sus ojos. Ha sufrido una caída tremenda, por suerte sus vecinos la encontraron a punto de la hipotermia en la bañera…

Días más tarde un oficial me explicaría que las dos personas que me encontraron estaban detenidas por abuso sexual doblemente ultrajante, que necesitaba presentar cargos.

Yo sólo recordaba haber estado en el cielo o el infierno, y que ángeles y demonios habían poseído todo mi ser haciéndome sentir orgasmos fuera de esta tierra.
Sólo quiero regresar allá.
Hoy, a las sobras de la noche, lo haré, regresaré con ellos; ésta soga se asegurará de ello.


¡Hasta el próximo posteo!

L.K. Rodriguez

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