Hola, ¿cómo están?
Hoy me hice un rato para traerles una reflexión, ojalá contribuya no para discutir si está bien o mal lo que pienso, sino para generar en ustedes una crítica a sus propios preceptos largamente arraigados. Ojalá los haga "criticar" más todo lo que leen y escuchar para generar sus propias ideas.
¡Espero les guste!
El Cuento De La buena Pipa
Todos los
Argentinos y Argentinas conocemos una verdad absoluta, incluso antes de dejar
los pañales. Una revelación, que nos define, en ese preciso momento en el que tomamos
nuestro primer aliento.
Es que el nacer Argentino ó Argentina implica un destino implícito, grabado a fuego en nuestro inconsciente, una cruel
realidad; la certeza de que pasaremos el resto de nuestra existencia de crisis en crisis, ya sea institucional, económica, de salud, social, de educación, o todas las anteriores juntas.
Ningún habitante
de este generoso y rico territorio puede negar que conoce a fondo ese sentimiento de ansiedad que se genera al estar surfeando en medio de otra crisis que afectará
toda su vida.
Pero si bien las crisis se suceden en esta tierra tal cuento de la buena pipa, la forma de "sentirlas" cambia de acuerdo a la década de la vida en que te toque tratar de sortearlas, sobrevivirlas o sobrellevarlas.
Y es que en tu primer década no comprendés nada; sabés que algo pasa ya que tus
padres están nerviosos, ansiosos, en el peor de los casos aprendés a mendigar
generosidades ajenas para poder calmar los ruidos agónicos de tu triste
pancita; en los mejores sólo te negarán una gaseosa o un juguete importado de
vez en cuando; pero ahí está la crisis, golpeando las puertas de tu primera
década de vida, moldeándote sin que comprendas bien qué es lo que sucede.
Ya en tu segunda
década todo comienza a cambiar. Empezás a comprender qué sucede y, depende la
opinión política de los adultos que más te influencian (padres, abuelos,
docentes, compañeros adoctrinados por sus padres o movimientos rebeldes
aparentemente “independientes”) moldeás tu pensamiento crítico encerrándolo,
inconscientemente, en una caja rígida, para terminar repitiendo el resto de tu
existencia patrones sociales, políticos y democráticos que ya fracasaron en esta tierra desde la revolución de mayo. No te das cuenta que por lo mismo que
creés revelarte es el factor determinante de la dominación de tu libre
albedrío: y cuanto más “rebelde”, “anarquista” y “revolucionario” te percibís,
más adoctrinado estás. Perdés tu indentidad, esa que debías encontrar sólo vos,
en el fondo de tu alma, con conocimiento y criticando todo para elegir tú
propio camino. En vez de eso elegís el camino del otro, para formar una masa
amorfa, tal como ganado que es dirigido por el arriero hacia un destino
incierto. Porque por más que te vendan que es un camino de abundancia te pasa
como al ganado; detrás del verde prado está el matadero y, más temprano que
tarde, todos terminan “faenados”.
Pero hay algo que perdura en ti y se transmite de tu segunda década a la
tercera: la esperanza. Esperanza de que podés cambiar el destino de esta
tierra, y con ello tú destino y el de tus pares.
La tercera es una
década de transición; las crisis comienzan a calar hondo en tu subconciente y
moldean tus decisiones. Poco a poco la rebeldía da paso a la responsabilidad,
al día a día que te exige dinero para subsistir, en un mundo que no se detiene
a observar a nadie. Argentina no es la excepción; porque por más que las masas
griten “justicia social e igualdad”, idealismos de conceptos mal encausados, la
clase política que enarbola dichos preceptos es más capitalista que el
capitalismo mismo, y engorda sus bolsillos a costa de tus sueños y esperanzas.
Pero ya te adoctrinaron la década pasada y nada en tu cerebro despierta
alertas, nada te advierte que te están “usando” para intereses distintos a los
tuyos. Y caés en una telaraña de hipocresías con una sonrisa, con la ingenuidad
del Pinocho recién nacido, sin su Pepito conciencia para guiarlo.
Tu cuarta década
será distinta, es el punto de inflexión que determinará todo tu futuro. Aquí se
terminan de echar tus cartas, y el “truco” de la vida argentina te dará el
ancho de espadas o el de oro, y así de simple te sumirás en la desesperación y
las ansias de cambiar de nacionalidad ó en la resignación y la absoluta
miseria.
Obviamente hay
una pequeña porción de argentinos que nacieron “privilegiados”, por cuna o
posición política; ya que los mismos que gritan “oligarcas” a un puñado de
comerciantes son lo que te roban el pan de la boca y tienen más propiedades que
los Fort.
Es que vivimos en un país tan generoso que una pobre y humilde estudiante de
abogacía, o un lastimero cajero de banco, puede amasar una fortuna del más del
mil porciento sólo en unas cuántas décadas; cuando familias opulentas de la
burguesía del 1800, que llevan más de 200 años y 5 generaciones trabajando, no
han logrado alcanzar ni el 50% de dicho patrimonio. La diferencia entre ambas
realidades adineradas no es suerte, es política.
Y luego te morfás ( sin pan ni mayonesa) el discurso de ese político oligarca
con maquillaje socialista que te dice que está a favor de los “pobres”. Claro que
está a favor, a favor de que cada vez haya más pobres para seguir llenando sus
bolsillos y su impunidad. Total te tira algunas miguitas de pan y crees que es
la Virgen María, cuando en realidad es la consorte del demonio que ni siquiera necesita disfrazarse de
ángel.
Y así pasan las
primeras cuatro décadas de vida de un argentino o argentina, separándonos como
sociedad en tres grupos bien definidoss:
*Los que pueden y están haciendo, o hicieron, planes para dejar de ser argentinos y
argentinas.
*Los que quieren dejar de ser argentinos y argentinas y no pueden.
*Los que desesperados y en la miseria, adoctrinados ya, son arriados como
ganado por la clase política dominante de este país, el falso socialismo, la
perversa mentira de la igualdad social llamada Peronismo.
¿Qué ocurrió con
aquellos veinteañeros y veinteañeras rebeldes, los que enarbolaban la bandera
del cambio, de la anarquía y la trasgresión social como motores para despertar
a las masas sonámbulas de la burguesía capitalista?
¿Y creés que
seguís siendo un revolucionario sólo porque vas a unas marchas a pedir más
comida para los comedores y más planes sociales?
Y ahora sí, el
cerebro se te quedó pequeño, se secó de ilusiones vacías, hambre y sed de
libertad, y te quedaste cual disco de 33 patinando en una misma pista,
repitiendo eternamente la frase que te enseñaron a cantar.
Y no te das
cuenta que NUNCA fuiste revolucionario; sí NUNCA…
Sé que duele
reconocerlo; porque reconocer que nunca fuiste revolucionario es aceptar que,
en realidad, sos una estúpida vaca en un estúpido rebaño arriada hacia el
matadero por unos cuantos “cuatreros” que te acarician para que te muevas, pero
te dan de latigazos a carcajadas por la espalda, mientras del otro lado de la
línea del matadero se comen un rico asado con tus sobras.
Analizando
fríamente la historia de éste país te darás cuenta que el problema que tenemos
como sociedad está grabado a fuego en nuestro mismo ADN nacional, y que “la
grieta” existió desde el mismo origen de nuestra patria.
Somos un merengue
de objetivos distintos queriendo tirar de una misma soga, pero cada uno de
nosotros tira de la soga hacia lados opuestos; y existen tantos lados como
espacio en el infinito numérico.
Hasta que no
comprendamos, como sociedad, que lo que debemos exigir es educación de calidad
para crear pensamiento crítico independiente y, en dos o tres generaciones,
cambiar el curso de nuestra sociedad; jamás avanzaremos, jamás creceremos como
nación. No importan las riquezas de la tierra ni de su gente si no hay un
objetivo común.
Belgrano y Sarmiento trataron de darle a la nación dicho objetivo, el de educar
para engrandecer a la patria; pero pocos secundaron aquello y en el siglo 20
sólo se sucedieron dictadores que coartaban la libre expresión a la fuerza y
dictadores disfrazados de democráticos que utilizaron ( y siguen utilizando)
las aulas como espacios de adoctrinamiento temprano, certero y efectivo.
Exigir cambios
nos interpela, ya que debemos reconocer que todo lo que sabemos y el modo en el
que pensamos nuestro país está errado, y siempre lo estuvo. Y claro que
requiere equivocarse, y errar hasta alcanzar un objetivo social claro y
concreto que nos dé la oportunidad de crecer tanto individual como socialmente;
incluyéndonos en las interacciones de un mundo globalizado que nos afecta cada
vez más.
No es tarea
sencilla, pero sí que vale la pena intentarlo.
Así, al menos, los grandes próceres de nuestra nación sentirían orgullo de
nosotros ya que serían testigos de que no cesamos ni sucumbimos en la búsqueda
de nuestra propia e independiente identidad nacional.
¡Hasta la Próxima!
L.K.Rodriguez