Una Ficción Contemporánea con Tintes reflexivos...
Hola! Como están? Espero que bien y que disfruten de éstas palabras...prometo un cuento siniestro muy pronto...mientras algo de ficción contemporánea con tintes reflexivos!
Memorias de padres desesperados
"Siento una presión en el pecho."
¿Qué hacer cuándo la persona que amás está errando en el camino que decide tomar pero no te escucha?
¿Insistirías?
¿Y si es un hijo el que se para al borde del precipicio y quiere lanzarse al vacío?
¿Lo detendrías aunque te costara su futura confianza?
¿Estarías dispuesta o dispuesto a salvar a tu hijo o hija y perderlo para siempre?; ¿o lo dejarías estrellarse contra el suelo (y así también perderlo)?
Preguntas y más preguntas sin respuesta ni sentido...es que el "sentir" es tan complejo como personas hay en el universo.
No hay una sola forma de "sentir", por eso las relaciones humanas son tan complejas.
Sin embargo uno puede prescindir del amor de una pareja, un amigo; pero cuando se trata de un hijo todo cambia.
Lo que siente un padre es muy fuerte, pero lo que siente una madre por su progenie no tiene explicación ni sentido alguno.
Desde la sensación del vientre vacío, luego del nacimiento de la vida que engendraste junto con los genes de tu pareja, esa que gestaste durante casi 9 lunas en tu vientre; hasta la impotencia y desesperación de no saber a qué hora llegará del boliche... todo se transforma en un torbellino emocional imparable e incontrolable.
¿Era tan simple cuando estaba en nuestro útero?
Pero ahora que está afuera tememos por todo lo que le sucede; física y emocionalmente.
¿Por qué la naturaleza no nos ha dotado con la indiferencia del mundo animal hacia nuestra descendencia?
Es verdad que el gato o el león necesitan menos cuidados y por menos tiempo que una cría humana; pero nuestra longeva dependencia hacia nuestros progenitores es la misma que de adultos tendremos con nuestra progenie, que se verá transmutada en desazón, desesperación y angustia cuando nuestro vástago sienta que ya no nos necesita; independientemente de si esté listo para esa independencia o no.
Y es que pasamos más de 16 años preparándolos para que confíen en ellos y tomen las mejores decisiones, pero cuando vemos que van por mal rumbo y queremos advertirles todo sale mal.
"Me tratás de estúpido...¿Te pensás que no me voy a dar cuenta?...¿Porqué no confiás en mí?" y miles de respuestas defensivas-agresivas que suponen la reacción a un ataque constante hacia su persona.
Y aunque te esfuerces por explicarles que es muy difícil ver la paja en el ojo propio si no te molesta; y que cuando molesta es que ya te lastimó; ellos no lo comprenden.
¿En qué parte del camino soltaron nuestra mano?
¿Cuándo comenzamos a perder credibilidad y pasamos a ser sólo un accesorio?
¡Si aún nos queda mucho por enseñarles!
¡Tanta experiencia y no nos sirve para una mierda!
Y caemos en un espiral, cada respuesta agresiva genera una frustración que desencadena, más temprano que tarde, en un remolino de sentimientos que no podemos parar.
Podrías reconocer el punto exacto donde el amor que sentís por tu progenie se transforma en desesperación; pero lo ignorás, con ansias de que entre en razón; "si yo lo eduqué bien, debería comprender lo que le digo".
Pero en la adolescencia nos sentimos invulnerables, imbatibles; irremediablemente invencibles. Creemos que ya aprendimos todo y las ansias de salir al mundo y vivir nuestras propias experiencias le ganan a la razón; propia y ajena; y la voz de nuestros padres se transforma en un grito castrador dentro de nuestros oídos.
Ahora lo entendemos. En el abismo, tratando de aferrar a nuestro vástago, comprendemos la impotencia de nuestros propios padres y odiamos a nuestros estúpidos oídos, y odiamos a los estúpidos oídos de nuestros hijos que tragiversan nuestras voces para sonar igual de castradores que nuestros padres.
La desesperación es una sensación curiosa; lleva hasta al más sabio al borde de la locura y por amor terminamos haciendo lo que juramos nunca hacer, que conductas que prometimos no repetir de nuestros ancestros. Y ponemos "en penitencia", sentenciamos un castigo al necio adolescente que no nos escucha, que no quiere comprendernos. Y así perdemos toda dignidad, perdemos todo respeto, perdemos todo...
Y en la necedad de la desesperación nos consolamos, diciéndonos "prefiero que me odie a tener que ir a reconocerlo a una morgue"; pero ya es tarde.
Dónde quedó ese pequeño o pequeña que nos miraba asombrado cuando le enseñábamos los misterios del universo.
Y al mirarnos al espejo reconocemos, en su reflejo, la misma mirada de cansancio que recordábamos de nuestros propios padres, y sentenciamos:
"¡Qué viejos estamos!"
L.K.Rodriguez