Un cuento +18, no apto para impresionables
El cuento de hoy es +18, no apto para personas impresionables. |
Hola a todos y bienvenidos a un nuevo cuento.
Estoy retomando el blog con un nuevo enfoque, ya que estaré escribiendo cuentos más perturbadores y, la gran mayoría, para adultos.
Espero lograr generar las más variadas emociones en ti.
¡Aquí vamos!
Curiosa Obsesión
Rob no era
consciente de lo mucho que obsesionaba a Ingrid.
Cada vez que él salía a su jardín sin camisa, ella lo observaba desde una
rendija del otro lado del cerco que dividía sus propiedades.
Claro, eso estaba muy mal visto, sobre todo en la Illinois de 1952. Sin contar
que Rob estaba felizmente casado con Margarette, la hermana mayor de Ingrid.
Verán, Ingrid
siempre había amado a Rob y, cuando ella tenía tan solo ocho años, él le
aseguró que solo poseía ojos para ella y le prometió que regresaría a su lado
para hacerla su esposa. En ese momento, él había sido reclutado en el ejército
y enviado a combatir en la Segunda Guerra Mundial.
Para él debió de ser un simple juego de niños. Rob tenía diecinueve años en ese
entonces y veía a Ingrid, su pequeña vecina, como su hermana menor. Ella le
preparaba deliciosas galletas con chispas de caramelo y él accedía a tomar el
té imaginario con ella con tal de observar más de cerca a Margarette, quien, al
borde de sus quince primaveras, desbordaba belleza.
Rob ansiaba tomar el té con Ingrid solo para ver los pechos de la hermana
mayor, apenas cubiertos por la blusa. Habían crecido muy rápido y aquellas
blusas no estaban preparadas para tanta presión. Sin mencionar que la familia
estaba pasando por un mal momento económico y no habían podido comprarle un
sujetador adecuado para aquellos majestuosos pechos.
Claro que Ingrid
lo comprendió todo cuando, luego de cuatro años, Rob regresó y le pidió
matrimonio a su hermana.
Lloró una semana entera, y se negó a ir a la boda de su hermana.
¿Cómo había sido
capaz de robarle al amor de su vida?
La pequeña Ingrid, de tan solo doce años, no podía comprenderlo.
Así transcurrió el final de su infancia y su adolescencia, odiando a su hermana
y aguardando el momento en que Rob fuera suyo.
Sus pupilas se
dilatan, su respiración se acelera. Es un deleite para sus sentidos poder verlo
a través de la rendija astillada de la cerca.
Rob está sin camisa, pavoneando su escultural torso en el jardín, mientras poda
el césped. Hoy es un día particularmente caluroso de agosto y ese torso suda
dramáticamente al sol del mediodía.
Ingrid lo observa
con anhelo.
Quiere saciar su sed con cada gota de su transpiración, deslizar su lengua por
esos firmes pectorales. Succionar sus pezones y secar cada gota de
transpiración que se pierde en dirección a su ingle, dentro de la baja línea
del pantalón. Con su mano izquierda se sostiene de uno de los rieles de la
cerca. Pero los dedos de su mano derecha están dentro de su boca, jugando con
su lengua, imaginando la sensación del deseo que la posee.
Su imaginación vuela, al igual que el césped cortado detrás de los pasos de
Rob.
Ella juega con su mano y comienza a deslizar los dedos por su trémulo cuerpo.
Primero por su garganta y luego se detiene en sus pequeños pechos.
No ha sacado la estructura de Margarette, no. Ella posee unos diminutos senos,
como dos limones, y sus pezones apenas marcan su blusa.
Despeja su mente de las diferencias con su hermana y vuelve a la carga.
Desabrocha su blusa y toma por asalto su pecho izquierdo. Se da unos cálidos
masajes, acariciando su pezón suavemente. Los roces de sus dedos hacen que su
pezón se ponga tieso y un hormigueo con ansias de urgencia invade la parte baja
de su vientre.
El calor sigue subiendo, mientras la mano de Ingrid sigue bajando con la mirada
clavada en los abdominales de su cuñado.
Se abre paso por
la cintura de su falda al interior de sus bragas. Comienza a rozar suavemente
los labios de su vagina con la yema de los dedos y, por fin, siente la tibia
humedad que escapa de su sexo. Clava las uñas en el travesaño mientras sumerge
los dedos en su vagina y, tímidamente, alcanza su clítoris. La urgencia se
apodera de ella y los movimientos de su mano dejan de ser lentos y suaves para
arremeter una y otra vez contra su sexo, mientras devora cada centímetro de
piel que puede vislumbrar por la pequeña rendija.
Antes de llegar
al coito, resbala con el pie descalzo sobre el pequeño charco pegajoso que se
formó en la tierra removida del cantero junto a la cerca.
Maldice para sus
adentros, mientras gana equilibrio y trata de afianzar su pie, que se hunde
apenas en la tierra recién arada. Desvía un poco la mirada, apartándola de Rob,
para ver su posición en la tierra, cuando una mano escapa del interior de la
tosca negra.
Ingrid alcanza un
coito sublime, que la hace gemir de placer mientras trata de devolver la mano
de su hermana al interior de su morada final. Las uñas rojas de Margarette se
pierden dentro de la tierra del jardín de la casa que la vio nacer, mientras
Ingrid murmura: —No te preocupes hermana. Yo lo voy a cuidar muy bien. Hoy por
la noche lo visitaré y sé que con tu cabello y tus senos no notará la
diferencia. Verás que le daré el mejor coito de su vida—.
Después de
asentar la tierra, se encogió de hombros y le habló a la tumba directamente: —Y
si se da cuenta, lo ato, me lo cojo hasta saciarme, me aseguro de que me deje
preñada y lo entierro a tu lado. ¿Te parece bien, hermana? Así no te sentirás
tan sola como yo—.
LK Rodriguez